Max Murillo Mendoza En cambio ellos, que han migrado a Bolivia desde distintos lugares del mundo, no son migrantes, sino dueños de nuestras tierras. Y nosotros los migrantes. Esa paradoja ideológica y racista se ha convertido en la mirada normal de los grupos coloniales y colonialistas en Bolivia. Nuestros pueblos indígenas se han convertido en migrantes en nuestros propios territorios. La palabra indígena es igual, para estos grupos coloniales, a extranjero. Es decir, nosotros somos los extraños en nuestros propios territorios. Vaya habilidad de los ‘estudiosos’ y letrados occidentaloides bolivianos. Y, por supuesto, somos su carne de cañón para sus estudios, diagnósticos y aventuras de proyectos de desarrollo: somos los lugares perfectos para sus experimentos intelectuales y racistas de desarrollo, barnizados, encubiertos, dorados y disimulados por sofisticados argumentos de moda intelectualoides. La prensa, que es una pata de las colonias en Bolivia, achaca todos los días con los mismos términos: “indígenas llegan a las ciudades”. Es decir, “extraños llegan a las ciudades”. Nosotros nos hemos convertido en extraños, en raros, a los ojos de este mundo conquistador, invasor y extraño precisamente. Estos grupos de poder alimentan esa nostalgia colonial, ideológicamente, para seguir insistiendo que lo indígena es nomás extraño a su mundo. Los izquierdistas nos utilizaban sólo para los votos y adornar sus encuentros de análisis políticos, donde los sirvientes y pongos, es decir los que llevaban sillas y grupos para adorar al patrón eran indígenas. Sus padres, la derecha, más sinceros en su postura racista y colonial, gastaban mucho dinero para organizar los mismos circos políticos. En ambos circos políticos coloniales, la coincidencia era que los indígenas definitivamente éramos nomás extraños, es decir indígenas. Las ciudades han sido convertidas, por estos grupos coloniales, en lugares santos y sagrados donde los indígenas no tenemos lugar. Lugares donde se esfuerzan en imitar a sus lugares de origen: culturalmente, políticamente y económicamente. Se asemejan a ciudades desarrolladas de occidente, donde por supuesto no se respeta en absolutamente nada a nuestras costumbres y visiones. Esas lógicas violentas y desestructuradas de las ciudades tienen sobre todo lógicas antiindígenas. Nada casual. Estos grupos extraños a nuestras tierras y culturas tuvieron esa habilidad colonial de adueñarse de nuestros espacios para convertirlos en extraños a nosotros. Hasta hoy, a pesar de las lindas leyes de cambio de este proceso, no existen espacios económicos propios, nuestros, en las ciudades. No hay Cámaras de Comercio quechuas, aymaras y guaraníes. No hay espacios donde pensadores y artistas de estas nacionalidades puedan investigar o trabajar. No hay realmente lugares apropiados para generar nuestra recuperación espacial y económica de nuestras culturas. Las ciudades siguen siendo agresivos territorios coloniales, donde los pueblos indígenas son extraños. Estos grupos coloniales, normalmente extranjeros (árabes, croatas, alemanes, españoles, etc), sueñan hoy con dejarnos en reservas y territorios alejados de sus intereses, es decir de sus ciudades. Muchos de ellos apoyan a la marcha del Tipnis porque coinciden con esa mentalidad: que esos pueblos se queden en sus reservas y no lleguen a las ciudades. Las cuestiones ambientales, ecológicas y supuestamente solidaridad son simples argucias, modas y trampas hegelianas en estos grupos. Sus ONG son reciclados institucionales de izquierda que han servido para seguir maquillando esta manera colonial de percibir los territorios. Pero, tenemos que reconocer, tienen poder económico e ideológico. Manipulan, apoyan, tergiversan, boicotean a las organizaciones sociales para que las cosas no cambien. Los indígenas lamentablemente seguimos siendo los utilizados, los estudiados, los extraños incluso en estos tiempos de procesos de cambio. En nuestros propios territorios. No comparto con la violencia, porque es un gusto sobre todo occidental. Pero probablemente lleguemos a un punto en donde nuestros pueblos se cansen de tanto circo, de tanta burla y de seguir tratándonos de extraños en nuestro propio territorio. En nuestra propia casa. Y tendremos que recuperar nuestra casa a fuerza de violencia, porque la legitimidad y la legalidad histórica, como en muchos lugares del mundo, están de nuestro lado. Tenemos la fuerza, la madurez y las nacionalidades. Por hoy también la paciencia, pero puede terminarse. |